¿Y lo bailado quién se los quita?
Ciudad de México, julio 2007.- Las manecillas del reloj marcan las seis de la tarde, hora de la cita. Es un día normal, de esos días nublados y con viento, típicos de julio, y todo parece indicar que la lluvia se avecina.
Sobre la Calzada de Tlalpan todo ocurre con normalidad, como cualquier domingo. Transeúntes de ambos lados de la acera, comerciantes informales, el tráfico fluido. Pero con el ajetreo de la vida diaria, de la vida cotidiana, un pequeño detalle pasa inadvertido. Quizá sea porque en realidad es muy pequeño y no muy llamativo, pero ahí está, paciente, sigiloso, callado, aguardando por quienes quieren salir de esta cotidianidad y hacer de una noche de domingo, común, corriente y aburrida, una noche, como bien dice la canción, una noche de copas una noche loca, y por supuesto una noche de mucho baile, en fin, una noche en el Califas.
Ya los foquitos de la fachada del número 1189, en la Colonia Portales, invitan y seducen a sumirse en las experiencias que una velada en un club de baile ofrece; los bailadores viajan en el tiempo hacia la época del danzón, del mambo, del cha cha cha.
Algunos ya alistan motores, y mientras hacen acto de presencia los impuntuales, se dedican a celebrar anticipadamente el triunfo del tricolor, brindando con unas chelas y acompañando con unos tacos de bistec con queso y su salsa bien picosa, en una fondita muy modesta ubicada justo al lado del California.
El momento ha llegado…los corazones empiezan a latir al ritmo de la música que proviene de detrás de aquellas cortinas. La profesora, asesorada por el mesero de la fondita, intentó “arreglarse” con los dueños del lugar para que hicieran una rebajita a la entrada, diciendo quesque íbamos a hacer un trabajo periodístico, de la universidad y bla bla bla…al final ningún argumento fue convincente y cada uamero tuvo que caerse con sus $75 pesotes, como si los tiempos estuvieran para esos gastos.
Un túnel lleno de historia da la bienvenida, convida los momentos que han pasado a la posteridad. La foto del recuerdo adorna las paredes de este pasadizo que lleva de la mano hacia una experiencia llena de candor.
Al estar dentro del que antes de cruzar las delgadas cortinas parecía un lugar enigmático, muchos se desencantaron al encontrar el lugar semivacío. La pista parecía tan grande y el lugar, sin gente, parecía tan triste. Le faltaba ese toque especial de un verdadero salón de baile.
No pasó mucho tiempo, cuando la afluencia comenzó a abarrotar el lugar y al ritmo de Torbellino los motores se fueron calentando.
Para los primerizos (nosotros) las mesitas del fondo aguardaban, sin embargo, al llegar confianzudamente a ocupar algunas de éstas, un mesero malencarado dijo que el costo por mesa era de $20 pesotes adicionales al boleto pagado en taquilla. En un primer momento huimos del área que más bien parecía VIP, por las “comodidades” y los costos y nos refugiamos en los alrededores de la pista principal…no tardamos mucho en regresar tras la respectiva cooperacha.
De este modo, al estar más cómodos y tras la primera ronda de chelas, al ver la concurrencia crecer, la pista empezó a arder, a entrar en calor. Los dandys y las damas se lucen al ritmo de la salsa, al ritmo de la cumbia, de la charanga, de la huaracha…El California Dancing Club ha cobrado vida y parece dispuesto a brindar una noche candente.
Con los ánimos encendidos y ya con unos alcoholes encima, la comunidad uamera rompió el hielo, los pies empiezan a moverse y los corazones a agitarse.
Ha llegado el clímax de la velada. Sube al escenario el grupo más esperado de la noche, nada menos que los DCA2 y al ritmo de su cadencia, sólo se ven movimientos de cadera, de cintura, de pies por todo lo largo y ancho de la pista, al ritmo de los bongos, de los teclados...
Las damas solteras y sin compañía, aguardan pacientes por el valiente que les invite a la pista. Las frentes empiezan a brillar, las prendas a mojarse por el sudor, las mejillas a enrojecerse, los músculos a relajarse.
La lluvia que ya se anunciaba, por fin se hizo presente y los rayos se introducen por un pequeño ventanal del club de baile, este espectáculo de luces y colores le da realce al ambiente contenido en aquel lugar.
La mayoría baila, otros cantan, unos beben, algunos sólo observan y paradójicamente otros lloran. No cabe duda que el Califas alberga en sus adentros un mar de emociones.
Por unos minutos los corazones delirantes y las pasiones desbordadas cesan, al unísono de la música viva. Pues toca el turno a Los escorpiones de Durango y su pasito duranguense, ¡faltaba más!. En este momento los ánimos apaciguados momentos antes, recobran fuerza, efervescen y sólo se observan cabezas saltando.
Los gritos, las risas, los malabares por el aire no se hicieron esperar.
Por supuesto no podía faltar el borracho impertinente de la noche, el necio que cree las puede de todas todas, no obstante eso no fue un gran problema, pues enseguida salió al quite el “sacaborrachos” y el problema estaba resuelto.
Ya entrada la noche, los compañeros, las parejas de baile, los amigos, los cuates, los hermanos, se despiden. Retornan al ajetreado y caótico mundo citadino, van al reencuentro del mundo real…bajo la lluvia, los truenos, el tráfico, el frío…pero eso sí, ¿lo bailado quién se los quita?■
Ciudad de México, julio 2007.- Las manecillas del reloj marcan las seis de la tarde, hora de la cita. Es un día normal, de esos días nublados y con viento, típicos de julio, y todo parece indicar que la lluvia se avecina.
Sobre la Calzada de Tlalpan todo ocurre con normalidad, como cualquier domingo. Transeúntes de ambos lados de la acera, comerciantes informales, el tráfico fluido. Pero con el ajetreo de la vida diaria, de la vida cotidiana, un pequeño detalle pasa inadvertido. Quizá sea porque en realidad es muy pequeño y no muy llamativo, pero ahí está, paciente, sigiloso, callado, aguardando por quienes quieren salir de esta cotidianidad y hacer de una noche de domingo, común, corriente y aburrida, una noche, como bien dice la canción, una noche de copas una noche loca, y por supuesto una noche de mucho baile, en fin, una noche en el Califas.
Ya los foquitos de la fachada del número 1189, en la Colonia Portales, invitan y seducen a sumirse en las experiencias que una velada en un club de baile ofrece; los bailadores viajan en el tiempo hacia la época del danzón, del mambo, del cha cha cha.
Algunos ya alistan motores, y mientras hacen acto de presencia los impuntuales, se dedican a celebrar anticipadamente el triunfo del tricolor, brindando con unas chelas y acompañando con unos tacos de bistec con queso y su salsa bien picosa, en una fondita muy modesta ubicada justo al lado del California.
El momento ha llegado…los corazones empiezan a latir al ritmo de la música que proviene de detrás de aquellas cortinas. La profesora, asesorada por el mesero de la fondita, intentó “arreglarse” con los dueños del lugar para que hicieran una rebajita a la entrada, diciendo quesque íbamos a hacer un trabajo periodístico, de la universidad y bla bla bla…al final ningún argumento fue convincente y cada uamero tuvo que caerse con sus $75 pesotes, como si los tiempos estuvieran para esos gastos.
Un túnel lleno de historia da la bienvenida, convida los momentos que han pasado a la posteridad. La foto del recuerdo adorna las paredes de este pasadizo que lleva de la mano hacia una experiencia llena de candor.
Al estar dentro del que antes de cruzar las delgadas cortinas parecía un lugar enigmático, muchos se desencantaron al encontrar el lugar semivacío. La pista parecía tan grande y el lugar, sin gente, parecía tan triste. Le faltaba ese toque especial de un verdadero salón de baile.
No pasó mucho tiempo, cuando la afluencia comenzó a abarrotar el lugar y al ritmo de Torbellino los motores se fueron calentando.
Para los primerizos (nosotros) las mesitas del fondo aguardaban, sin embargo, al llegar confianzudamente a ocupar algunas de éstas, un mesero malencarado dijo que el costo por mesa era de $20 pesotes adicionales al boleto pagado en taquilla. En un primer momento huimos del área que más bien parecía VIP, por las “comodidades” y los costos y nos refugiamos en los alrededores de la pista principal…no tardamos mucho en regresar tras la respectiva cooperacha.
De este modo, al estar más cómodos y tras la primera ronda de chelas, al ver la concurrencia crecer, la pista empezó a arder, a entrar en calor. Los dandys y las damas se lucen al ritmo de la salsa, al ritmo de la cumbia, de la charanga, de la huaracha…El California Dancing Club ha cobrado vida y parece dispuesto a brindar una noche candente.
Con los ánimos encendidos y ya con unos alcoholes encima, la comunidad uamera rompió el hielo, los pies empiezan a moverse y los corazones a agitarse.
Ha llegado el clímax de la velada. Sube al escenario el grupo más esperado de la noche, nada menos que los DCA2 y al ritmo de su cadencia, sólo se ven movimientos de cadera, de cintura, de pies por todo lo largo y ancho de la pista, al ritmo de los bongos, de los teclados...
Las damas solteras y sin compañía, aguardan pacientes por el valiente que les invite a la pista. Las frentes empiezan a brillar, las prendas a mojarse por el sudor, las mejillas a enrojecerse, los músculos a relajarse.
La lluvia que ya se anunciaba, por fin se hizo presente y los rayos se introducen por un pequeño ventanal del club de baile, este espectáculo de luces y colores le da realce al ambiente contenido en aquel lugar.
La mayoría baila, otros cantan, unos beben, algunos sólo observan y paradójicamente otros lloran. No cabe duda que el Califas alberga en sus adentros un mar de emociones.
Por unos minutos los corazones delirantes y las pasiones desbordadas cesan, al unísono de la música viva. Pues toca el turno a Los escorpiones de Durango y su pasito duranguense, ¡faltaba más!. En este momento los ánimos apaciguados momentos antes, recobran fuerza, efervescen y sólo se observan cabezas saltando.
Los gritos, las risas, los malabares por el aire no se hicieron esperar.
Por supuesto no podía faltar el borracho impertinente de la noche, el necio que cree las puede de todas todas, no obstante eso no fue un gran problema, pues enseguida salió al quite el “sacaborrachos” y el problema estaba resuelto.
Ya entrada la noche, los compañeros, las parejas de baile, los amigos, los cuates, los hermanos, se despiden. Retornan al ajetreado y caótico mundo citadino, van al reencuentro del mundo real…bajo la lluvia, los truenos, el tráfico, el frío…pero eso sí, ¿lo bailado quién se los quita?■
